18 de junio de 2023
El concierto del cantante y filosofo zaragozano Santiago Auserón abrió este fin de semana las actividades en el Lago de Atarfe, un paraje delicioso llegadas estas fechas para pasar una velada; repitan estos meses, y si pueden asómense al balcón del final de la pradera, con unas impactantes vistas 'en modo avión' de la ciudad, recortada sobre sus montañas como telón de fondo. Sin duda Auserón, que detecta la belleza al vuelo, disfrutó de ellas mirando hacia atrás desde su camerino. Por delante, un millar y medio de personas treparon hasta la colina de la Ermita para no perderse la actuación de uno de los artistas que mejor maneja los resortes de la comunicación instantánea en este país.
Hombre de una erudición musical infinita, ha sido un explorador de continentes sonoros, sea en teoría, que ahí están sus voluminosos textos al respecto, como en la práctica, fuese con Radio Futura, Juan Perro y ahora la Academia Nocturna, dando en este caso una clase maestra de saber hacer y estar bajo los focos. Y como corresponde al turno de noche, en esta particular 'Escuela de Calor', el alumnado matriculado resultó bastante talludito ya, personal que no verán en un concierto de hip hop o de trap, tampoco en una romería festivalera, y que tiene perfil de, por ejemplo, ser los últimos que aún gozan del gran placer de leer el diario en papel.
En buena lógica este nuevo proyecto de la Academia Nocturna llega derivado de la banda de Juan Perro, ese equipo escorado hacia el Jazz, ámbito en el que el maño ha encontrado la eficacia instrumental que requieren sus altas exigencias creativas, y a la vez ofrece espacios de libertad improvisatoria para que no haya dos noches iguales.
Ausente su amigo y compañero del alma Joan Vinyals (fallecido de Covid en 2022), el profesorado lo completaron los muy competentes Vicenç Solsona (guitarra), Isaac Coll (bajo), Gabriel Amargant (saxo y clarinete) y Pere Foved, tras la batería. Quinteto de aliento mucho más jazzy y sonero que poproquero, con más filigrana fina que resolución contundente. Pero eso es de lo que se trataba, de crear un atento ambiente de club, aunque fuese al aire libre y con aroma a parrilla de fondo; estética de cercanía, de claridad y complicidad en todas direcciones que permitiera el intercambio bidireccional y hasta la charleta entre la gran familia reunida. Porque nuestro hombre, y digo 'nuestro' porque al cabo los años, los suyos (¡y qué bien llevados!) y los propios, el personaje y sus canciones están ya enredados en nuestras vidas como si compartiéramos apellidos.
Estando así las cosas, templadas tirando a calientes (sin citar piropos, hasta alguno de procacidad impropia de la edad), Auserón cuenta y canta. Se ha convertido en un genuino 'storyteller', con perdón del palabro. Creando con sus introducciones, jugosas y siempre contagiadas de sentido del humor (¡autoironía en ocasiones!), el entorno ambiental perfecto para luego entonar lo explicado. En sus mismas palabras pretende y consigue "la comunicación sin mediaciones, cuyo registro es la memoria compartida con el oyente por medio de la palabra, la música y un sonido eléctrico con solera".
Y ahí se incluye una finísima interpretación musical rebosante de detalle en sus socios (mayormente soleando el guitarrista y el saxofonista), y unas maneras propias muy particulares, que demuestran un perfecto conocimiento de las técnicas del oficio aplicadas a una voz personal, nada académica, que juega con las dinámicas y los tonos para modular su expresión a placer. En tiempos de la juglaría Santiago hubiese sido de los más solicitados, y, cerrando los ojos, uno imagina un mano a mano entre él y Javier Álvarez 'el Brujo' en una inolvidable sesión de madrugada.
Pudiera el artista antes conocido como Juan Perro vivir de las muy rentables rentas pasadas, que Radio Futura fue el grupo más influyente de su momento (y posteriores); también el primero en plantarse en la cumbre tras "una crisis de crecimiento desbocado, de giras extenuantes boicoteadas por promotores sin escrúpulos, de tensiones personales y creativas, de un nuevo público multitudinario y con otro talante menos cercano a la estética del grupo, de conciertos transformados en estériles y frustrantes baños de multitudes", para no volver jamás. Y sin hacer caso de las ofertas multiceros que sin duda ha habido, refundarse con "canciones aventureras que crecen porque vosotros queréis", como dijo en Atarfe. Canciones ultramarinas y coloniales de ida y vuelta, trasfronterizas, de estética intemporal sumando culturas y épocas. Y crecieron, vaya que lo hicieron, tanto que el protagonista se sintió tan cómodo y gustoso que se salió del guión y, más allá de las obligatorias 'Semilla negra' y 'El canto del gallo', se sacó de la manga, "improvisando", aquel 'Puente azul' que fue la canción testamental de su grupo; para rematar la noche añadiendo 'La mentira', un sentido bolero de Álvaro Carrillo (del que, con sonrisas, dudó en la letra) y que fue el colofón 'agarrado' de un concierto de puro placer. Tanto de cantar para él, como de escuchar para el resto.